Por, José Rodrigo Valencia Zuleta
Esta
semana hemos podido contar nuevas experiencias de lectura y escritura. Este
año, recordemos, nos hemos enfocado en la obra literaria del autor caleño
Andrés Caicedo. Escogimos este autor para el disfrute de los y las jóvenes ávidos
que encontrarse a ellos y a ellas mismas en las historias que leen. Ustedes
mismos leyeron a Caicedo y se han dado cuenta de lo cercanas que son a sus
experiencias de vida.
Cuentos,
como Lulita que no quiere abrir la puerta, Maternidad y Los dientes de
Caperucita, despiertan el regocijo del desamor y el abandono, en circunstancias
en las que el hombre se queda esperando a una mujer que abandona. O la mujer es
el amor platónico que ni en sueños se logra porque el miedo es más grande en la
vida real para hacerle declaraciones de amor a quien pretendemos. O, el hombre
es un macho violento que daña la honra de la mujer; que a su vez, entrega inconsciente
su cuerpo al placer.
Ustedes
mismos sabrán decir si se han quedado elevados viendo de lejos o de cerca al
niño o niña que les gusta. Ustedes mismos saben si el amor se les hizo tan real
que terminaron haciendo un bebé sin quererlo.
Andrés Caicedo no habla del amor inocente de enamorarse a escondidas y
darse picos, sino del amor que termina doliendo porque sólo se piensa en sexo.
Sí, así mismo, como lo venden las canciones que tanto escuchamos en la radio.
Andrés
Caicedo es frentero, aunque utiliza un doble sentido para criticar nuestra
sociedad. Para irse en contra de los que son superficiales. En contra, de personas prepotentes que en la adolescencia se vuelven insolentes y orgullosos,
que sólo saben pensar en sí mismos y olvidan a sus padres, a sus amigos, a sus
enamorados y se entregan a las drogas, la calle, al suicidio, a la violencia, a
la muerte.
Andrés,
habla de la ciudad que no siente. Exagera el dolor llevándolo al suicidio.
Lleva a sus personajes a vivir el ahogo de sus miedos y por eso estos se
derrumban en la violencia que los rodea, como le sucede al Atravesado, al
personaje de Infección o a la Mona de Que Viva La Música. Nos muestra el espejo
turbio de los conflictos que viven los adolescentes. Como si los jóvenes ya
fueran gente grande que puede decidir si vivir o morir. Eso, a mi parecer, le
permite a los jóvenes lectores pensarse de otras maneras para surgir más
capaces y menos indolentes de sí mismos y del mundo en el que viven.
Por
eso al leerlo, no debemos quedarnos con la imagen del dolor para revivirlo
nosotros. Nunca obraremos adecuadamente si terminamos por enamorarnos de los
personajes pensando que viviremos esos dramas de la televisión y las películas hollywoodenses.
Ninguno quiere dramas y tragedias en su vida. Lo mejor es renunciar a los
dramas y a las tragedias. Dejar eso a los que se equivocan constantemente.
La
tarea entonces, es conocer y reconocer nuestros propios espejos para despertar
a la vida. Hoy y esta semana los libros estuvieron a nuestro servicio para
despertar y reconocer que borrar las cadenas de violencia, de injuria, de
delirio, de drogas, de sexo mal vivido, es la primera necesidad para seguir
viviendo y lograr una vida mejor.
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